Más allá de lo onírico,
no tengo sueños. Me he convertido en víctima de una aplastante
tristeza que ha ido haciendo efecto gota a gota, como un suero que alimenta las venas hasta infectarlas. El bombardeo de la crisis ha conseguido su efecto devastador y ha transmutado mi mente y mi piel en algo que jamás desee ser, o que tal vez fui siempre y nunca tuve conciencia. Se ha instalado en mí la desesperanza, la desidia y el nihilismo y aunque la responsabilidad la tiene buen número de factores de ahí fuera, he caído en la trampa de convertirme en
víctima de mí misma.
Es el desempleo, la corrupción, la injusticia, el desamor y la lluvia, pero principalmente soy yo. Las dimensiones de tal
tiroteo han
agujereado mi hígado, mi pancreas y mi corazón y si te asomas al interior, sólo se vislumbra un humeante paisaje de guerra: el campo templado de fosas comunes y ruinas. Son tantas muertes ya las que se acumulan.
Han vencido ellos.
Y mis escombros arden en los basureros.
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