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Abrir los ojos al polvo dorado de la mañana y sólo pensar en respirar. Inhalar, exhalar... desde el vientre hasta el cielo sin prisa ni conciencia con el lento latir de los latidos. Sentirse sentido único, ser de oxígeno y organismo: temperatura, flujo, huesos y voz. Tocar el mundo, mojar en un charco el pie derecho y luego el izquierdo, hablar con las ranas y cantar.
Con mis dos años demostraría que el ansiado mundo distinto es posible y desvelaría el secreto de la fe. Sólo una varita mágica dibujada y los adultos se convertirían en niños retornando al origen del ser. Porque ya nadie recuerda quiénes fuimos y los que lo intentan viven condenados a una indescriptible soledad, melancolía de los cachorros que fuimos, felices, libres, auténticos.
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