Produce o muere. Y el parado se muere, firma su sentencia en la oficina de empleo y resignado deja que lo borren de la lista sin mucha discusión. Convierten sus letras en cifra, su cuerpo en sombra y su vida en una letanía barroca, pesada, triste. El parado, tranquilo, vuelve a casa confuso, intentando pensar quién demonios es si ya no es profesor, ni arquitecto, ni abogado, ni estudiante, ni tan siquier un ciudadano más.
Extiende sus manos que se arrugan, las abre y las mira, en busca de alguna pista en la línea de la vida; en busca de algún motivo, en la línea del corazón. Se impone la línea del destino que viene a entorpecer su lectura a convencerlo de su inutilidad. Levanta los dedos al sol y los mira mientras una claridad cegadora viene a despertarlo y a revelarle su piel ya transparente, ambigua y fría.
Se inicia la transformación: ¿Quién soy? No trabajo, no produzco, no valgo, no soy.
Y se pone de nuevo el día.
2 comentarios:
Es el drama que estamos viviendo, y al que lejos de ponerle solución parece que va a ir incluso en aumento.
Pero... a veces en este país parece que todo es posible, que nada importa, ni siquiera los cinco millones de parados, nos instalamos en la inactividad contemplativa pensando que lo que le ocurre a los demás es algo ajeno a nosotros, y así nos va.
Un beso
Hola Jucar: algunas experiencias son difíciles de comprender si no se viven en piel propia. ¿Cómo va a entender un rico que siente un pobre o viceversa? Pero nadie nos habla de empatía, de lo que es y cómo se pone en marcha, como da calor y acoge. Lo que interesa no interesa.
Gracias por pasar, reflexionar y compartir.
Un abrazo
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