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Algunas ciudades te hablan entre
el sordo estruendo de las ambulancias y la invisible inercia de la rutina.
Mencionan palabras entristecidas que se durmieron porque apenas nadie las
pronunció. Te desvelan porqués antiguos de la guerra, letanías de las iglesias,
algún beso que otro, fugaz, lanzado con la esperanza de que la esperanza se gire un día
sorprendida y empiece a creer en ellas. Así me habla Madrid desde sus cúpulas
pesadas que me divisan pequeña como una hormiga que crea caminos de arena en el
sentido contrario al reloj. Un reloj que marca la una, las dos, la una, las
dos y sucede los días en un calendario en forma de gotas de lluvia y tormentas
atrasadas.
Amo Madrid desde antes del tiempo
oscuro de los volcanes internos y las mareas de espuma en los ojos. Antes de
saber que Madrid podría también amarme a través del viento tembloroso de sus
parques o las expresiones vacías en el metro. Me amó sin saber exactamente cómo,
igual que hice yo con la torpeza del entusiasmo infantil y la ternura de la
experta inexperiencia. Ahora que me marcho de ella, que tengo que olvidar la historia
imposible que soñé vivir aquí, es cierto que lloro, a cada rato, en cada calle,
mientras siento que debo marcharme del lugar en el que más desee estar.
Pero no es la ciudad con su
formidable color gris y blanco, con sus urgentes sirenas y su asfalto. No es
sólo el matiz de la luz cuando atardece y la mediocridad se vuelve un horizonte
templado en el que reposar. No es su miedo junto al mío, ni su futuro enredado
en el perímetro de mi corazón. No sólo su vida y su estallido, sino la figura
perfecta y cálida que fue su nombre propio. Ese Madrid deletreado en manos
claras y concretas, en ojos azules de mar, en pieles tiernas y morenas, en
abrazos infinitos en forma de canción. Eso y tanto otro que no acabe en las
palabras y se derrama, se derrama.
Decir adiós con las manos abiertas
a la vida, vaciar los bolsillos y cambiar las letras de sitio con el propósito
de descubrir el único alfabeto inventado para estrenar la nueva historia de mi felicidad.